miércoles, junio 11, 2008

Acabados II

Les Escaliers de Montmatre-París

La niebla cubría como una mortaja la rue de Vienne, cuando comenzaron a andar por la calle en busca de un lugar donde almorzar. Arrastraban el cansancio y el sueño de la noche anterior. También esa satisfacción extraña de la visita a la colina, donde se habían bebido todo el vino de las últimas cepas del viejo Montmartre.
Poco a poco los dos se fueron incorporando a la marcha de una mañana fría y triste que se adivinaba terminada.
Escrutando las cartas de los restaurantes e intentando que ellas adivinaran lo que necesitaban dieron, sin mucho convencimiento, con uno que se les antojó distinto al del día anterior
Dejaron, con gran alivio, fuera el frío y no con mucha decisión esperaron a que les dieran una mesa donde aliviar el hambre y la sed.
El estuco veneciano cuarteaba la tela verde y la madera ya gastada de las paredes laterales De los techos pintados en un tono pastel con pintura plástica mate y algunas vetas (imitaba burdamente el mármol sin mucho acierto) colgaban lámparas de lagrimas de cristal que reflejaban su luz en los múltiples espejos insertados en molduras doradas y rematadas con flores de escayola que se alternaban con marinas oscuras compradas, seguramente, en algún mercado de antigüedades
Los veladores de madera y mármol se repartían por el laberinto de columnas (de una forma simétrica) que conformaban la parte interior del restaurante y fue allí a donde los acompaño el garçon.
En frente y al fondo de ellos se desarrollaba un testero grande en rojo con unas líneas sencillas y esquemáticas que dibujaban un puerto abierto, un muelle y unas gaviotas de un solo trazo volando por encima del malecón donde estaban atracadas algunas naves entre una perspectiva de casas al fondo.
El ruido de la carta sobre el mármol de la mesa los trajo, violentamente, de la contemplación y se centraron, no sin mucho interés, en el menú, que pidieron con rapidez para irrumpir de nuevo en sus pensamientos, tan alejados el uno del otro
Mientras, sobre el ruido de los platos en las bandejas de los camareros, los cubiertos en el mármol de las mesas, y las charlas silenciosas de los veladores comenzaba a abrirse paso, sin estridencias, una música de fondo que los arrancó al momento recuerdos inclasificables de un tiempo ya lejano y triste. Después de escuchar las primeras palabras (Non je ne pourrai jamais vivre sans toi) recordaron, al unísono esa estación de tren.
Eran recuerdos de despedida, pero esta vez no era la suya. No se despedían de nadie ni de nada, hacia ya tiempo que se despidieron de ellos y de su mundo común. No era su estación. Con la música de fondo se hilvanaba la historia de amor entre Geneviève, una muchacha que trabaja en una tienda de paraguas, en Cherburgo y Guy, un joven mecánico algo mayor que ella, que tienen previsto casarse, pero que se trunca cuando Guy es llamado para cumplir el servicio militar en Argelia por un periodo de dos años. Ante la incertidumbre de cuando volverán a verse, ambos deciden pasar su última noche juntos… Que cosas trae el recuerdo.
Cuando él pone el pie en el estribo del tren resonaba en el viejo cine de los Remedios:
"Non je ne pourrai jamais vivre sans toi
je ne pourrai pas, ne pars pas j'en mourrai
un instant sans toi et je n'existe pas
mais mon amour ne me quitte pas
Mon amour je t'attendrai toute ma vie
reste prés de moi, reviens je t'en supplie
j'ai besoin de toi, je veux vivre pour toi
oh mon amour ne me quitte pas "
Igual que ahora a muchos kilómetros y tanto tiempo sonaba en un restaurante del viejo Paris.
La insistencia del camarero le arrancó de la estación. Él miró a su alrededor con el alma hecha añicos y después a ella como pidiéndole ayuda para sumergirse, de nuevo, en esa estación que ya se perdió, pero ninguno de los dos pareció entender lo que ocurría, así que disimuladamente comenzó a leer la carta de vino intentando oír la canción que le llevara a la estación de Cherburgo de nuevo, o a su cine de los Remedios. Se refugió en los nombres de los vinos que le traían aromas complejos, mezcla de roble y frutos rojos y negros... 100% CABERNET SAUVIGNON 24 MESES DE BARRICAS NUEVAS DE ROBLE FRANCES Y AMERICANO acertó a leer en la carta. Así que pedió ese y se excusó para ir al servicio y poder recomponerme del latigazo de la canción.
Al volver se encontró la mesa vacía, se sentó comprobando que todo estaba en orden y esperó. Y esperó en vano porque él sabía que ella ya no volvería.
Dijo en voz alta:-Nos gusta hilar nuestras vidas a otras vidas, sabiendo que no les interferimos, que no quebramos ese hilo invisible que nos une.
Pagó la cuenta y se perdió en la niebla que cubría como una mortaja la rue de Vienne, cantandose en voz muy baja "Sous le ciel de Paris" de Édith Piaf... Eso si que era tristeza

viernes, junio 06, 2008

Acabados

Monet le jardin at Argenteuil





Ella yacía tumbada en la hamaca, rodeada de jazmines que trepaban sobre lavandas, Al fondo, por entre las altas adelfas perennifolias, y las azaleas agrupadas en inflorescencias muy vistosas, que se encontraban al lado de grandes racimos de hibiscos, se reparaba sin mucha dificultad en el tallo floral que sostenía, con demasiado orgullo, seis flores formadas por grandes sépalos de color amarillo anaranjados y de tres pétalos de color azul intenso del ave del paraíso. Las Buganvillas de decenas de tonalidades, se mecían con la brisa que corría por el jardín. Las jacarandas azuladas hacían más hermosa la mañana
Allí estaba ella, disfrutando del tibio sol de la mañana que se filtraba por entre las viejas ramas del magnolio. La mañana se disponía a perfumarse, a medida que el rocío se iba cayendo por sus hojas (en su caída levantaba un rumor a segundos que pasaban calladamente) y el sonido de los pájaros, en el aire aromatizado y en las ramas de los árboles del jardín la traía una y otra vez de ese sitio tan lejano que no compartía desde hacia ya tiempo.
A su lado él leía el periódico apurando el último sorbo de un café que ya debería estar frío. De vez en cuando la miraba con tristeza por encima de las hojas del periódico. Pero ella no lo advertía y sólo distinguía las hojas que le ceñían circundándole sus aciagos pensamientos.
La claridad fisgoneaba cada vez más en el laberinto…
Dobló el periódico. Desnudó, lánguidamente, su triste mirada de las gafas y depositando ambos objetos, con delicadeza en la mesa de madera, se incorporo de su sillón. Respiró fuertemente la esencia enredada en la brisa y mirándola le susurró muy despacio, como si quisiera no perder ninguna letra de las que pronunciara
- No te pierdas en una montaña de sentimientos.¿Cuántas personas han amado y no han sido amadas? ¿Cuántas personas han sido traicionadas por sentimientos y equívocos, por trampantojos absurdos y a veces inverosímiles? La vida no merece ser escrita por personas que han perdido trenes o que los han tomado en una estación equivocada. La vida merece ser escrita por los que la viven y eso son hombres y mujeres, felices de ser felices.
Ella cayó en el silencio ignorando sus palabras, mientras en sus ojos afloraban dos menudencias de lágrimas que ni siquiera trató de enjuagarse Y volvió a ese impresionante mapamundi en donde las jacarandas tintaban los océanos. Los magnolios daban formas a las cadenas montañosas. El blanco, de las nieves perpetuas, los prestaban los acantos, el azahar y los gladiolos. Las acequias rebosantes encarnaban todos los ríos de la Tierra. Y el burdeo oscuro de la tapia del jardín era el crepúsculo en el que titilaban con su blancura las macetas colgadas