lunes, noviembre 23, 2009

Pedazos rotos del alma II



Gustave_Caillebotte. Segelboote in Argenteuil































Por las noches, les recuerdo bebiendo ron Cubano (que no se como pero mi abuelo traía a escondidas) en el porche. Aún retengo en mi memoria la cara grave de mi abuelo hablando con papá, mientras con un pañuelo se secaba el sudor del “cogote” como decía mamá.
El aire traía una fragancia dulzona a dama de noche y a veces del pueblo llegaban los ecos de la música del baile del fin de semana. Bueno, eso no era así exactamente. Todas las noches la dama de noche que mi abuela plantó hacia ya demasiado tiempo como para recordarlo exhalaba ese esencia y todos los fines de semana había baile en el pueblo, pues era cuando los pescadores fondeaban sus barcos y descansaban. Pero mama le decía eso a su padre para que se sintiera especial, si es que se tenía que sentir más especial.
Cuando él se iba los lunes por la mañana todo volvía a su sitio y mama y papa descansaban. Parecía que hubiera sido una guerra. Con el tiempo comprendí a mi padre y sus continuos enfrentamientos con el abuelo, pues este no llegaba a entender que no siguiera su carrera, (mi padre era marino) y se pasara todo el año en esa casa tan rara con su hija y las dos niñas.

Mi hermana Casilda era pelirroja y claro llena de pecas. Era fea y rara pues siempre estaba hablando con una amiga invisible. Petra y yo pensábamos que estaba loca, pero he de confesar que algunas noches de tormenta, al primer trueno me iba corriendo a la habitación de ella y parecía como si en su cama no estuviéramos las dos sola; Parecía que tres niñas se cubrían con las sabanas. Las tres Marías que decía mi padre a la hora del desayuno, mientras Casilda con su extraña mirada me helaba la sangre.
Nunca nos llevábamos especialmente bien, y compartíamos pocas cosas y gustos.
A ella le gustaba mucho leer y se pasaba mucho tiempo sin salir de su habitación, leyendo esas absurdas novelas de entrega en folletines que compraba los viernes a la salida del colegio en el colmado En las tardes de lluvia (que ahora que pienso eran demasiadas) se dedicaba a tocar el piano, poniendo el alma en cada golpeteo de las teclas. Tocaba tan mal que pensábamos que lo hacia adrede