oda al gazpacho
Como una mano abierta,
mas ancha que la Tierra
con todos sus ríos,
se despliega en el océano
los frutos venidos de la huerta.
Como el agua de un río sonoro
corre el vinagre
por entre los pedregales rojos
de tomates.
El pimiento, recién llegado,
entrega sus secretos, verdes,
y va aumentando el tesoro.
Entonces cae la lluvia amarilla
del otoño,
cantando sencillamente
y distribuyéndose.
Se corona de oro el misterio.
El pepino viene andando.
Solitariamente
se desenfunda de los amargos zapatos,
que como espina
estropean su hermosura,
y se sumerge tan blanco como es.
La sal blanca,
venida Dios sabe de donde,
cae confundiéndose.
Apagando su pequeño ruido están los ajos.
Hermanos gemelos que juegan con el pan.
Todo parece dormir.
Hasta que una ola de un madero del bosque
los agita largamente,
se juntan,
se interrogan,
se ligan con hilos invisibles.
Así las raíces
oscuras y escondidas
podrán salir bailando
la fragancia
y el velo verde del verano.