sábado, octubre 18, 2008

Ayer volví de nuevo a Cazulilla


(Fotografia de Cazulilla)
Un delicioso aroma empieza a desprenderse de las tierras húmedas y perfumadas mientras que el suave viento del otoño trae la fragancia de tierra removida de las besanas en este equinoccio abantón. Entra por el enrejado verde de la ventana, perfumando la habitación que a fuerza de oír la canción triste de la estación despertó. La mañana comienza con fuerza.
Un suave viento de octubre trae hojas perdidas que de pronto se enredan en las recias ramas del romero y la alucema del jardín, colmándolo con los prodigios de sus pigmentos anaranjados, rojizos y amarillos. Que contraste con los nardos y las gitanillas con los magnolios en flor con sus pétalos grandes hacia arriba, como buscando esa oportunidad que nadie le ha dado. Que contraste con los saúcos y las moras maduradas. A su lado desayunar es un espectáculo de luces y colores, de olores que traen de la memoria veredas inolvidables por donde andar perdiéndote con toda esas personas con las que un día fuiste feliz… Este suave viento de otoño…
Las últimas abejas inventan la música saltando en el agua, intranquilas. Mientras que del granero viene un suave murmullo nacido de la charla del trigo ya almacenado. A lo lejos los cascos de los caballos resuenan en el albero mientras silba el viento entre las ramas de los verdes olivos ya cargados.
En las acequias se atan una gota a otra hasta formar un caudal cantarín entre las mudas piedras que corre rápido a buscar la vencida de los labrantíos.
Y yo estoy en medio de este mundo de resonancias, de colores que estallan y suben a los árboles de la estrecha alameda para llamar a gritos a la luz del otoño, para avisarla. Entonces una fina hebra de aire bate sobre toda la geografía de Cazulilla, que se llena de viajes y viejas distancias
Desde donde estoy, desde el centro del planeta, veo la tierra preparada para el amor. Mañana Pepe, Miguel, Carlos, Domingo, Román y hasta “Jeromito” desde su bicicleta, saldrán con los tractores a preñar a Cazulilla. Pero eso será mañana, hoy el almizcle se apresura, galopando, por las besanas con ese reflejo a felicidad.
El mediodía viene anunciado por las voces de la chiquillada que se llaman unos a otros para sentarse a la mesa mientras que con pasos pausados y desde la lejanía yo me voy acercando a mi casa donde ya se oyen las conversaciones y el descorche del vino bajo el porche. Elena me besa y el universo aflora en ese corto “te quiero” que me susurra al oído.
El almuerzo es largo, las conversaciones se entrecortan con otras conversaciones llenas de vida, llenas de anhelos de certezas, de certidumbres, de confianzas y de convicciones de nueve hermanos con esperas y anhelos. Y cuando ya vamos quedando pocos el sonido de la tertulia se convierte en un rumor que con la tarde se va callando hasta convertirse en un susurro lejano. Que lentitud respirar mientras Cazulilla borda los olivos en calma
Rumores de golondrinas vuelan sobre las aradas mientras caminamos liando un cigarrillo de “Cardo de gallina” mientras Simón nos confiesa sus preocupaciones sobre Albahaca que no quiere amamantar a su potro Algarrobo. Son cosas que uno no entiende el porqué pero son así porque siempre han sido así, y no podemos venir los de la ciudad, a pesar de nuestros estudios, a cambiar la costumbre de los siglos.
La gente del campo son sabia; Ellos esperan a que se les de todas las razones posibles que a uno se le ocurre para al final ellos concluir con la única que es verdad. Están saturadas de experiencia: Son gente sabia
A lo lejos, las luces comienzan a trepar por las ventanas del caserío y un bello cielo rojo se extiende desde la línea del horizonte hasta poniente y escasas estrellas comienzan a asomarse. La noche comienza a caer en susurro sobre Cazulilla matizando los naranjos del camino de entrada y los rincones que se esconden entre los olivos de la vereda.
Tan exacto como la araña terrestre que nunca hila en otoño, la noche ha bajado a Cazulilla