sábado, enero 23, 2010

Pedazos rotos del alma IV

Niñas con el barreño(Max LIEBERMANN)





En las tardes lluviosas, cuando la oscuridad robaba al día la claridad, todo el tiempo, nos sentábamos en el alto palomar vacío, chupando palodú y cañas de azúcar escuchando el caer del agua Al principio solo era ruido, ruido de agua. Rumor suave que chocaba en las piedras del jardín de abajo y que levantaba ecos que detonaban entre las tristes paredes blancas del palomar. De súbito, más agua, con furia y sin freno entretenía las tardes de dos niñas que se miraban de refilón y sentían una sensación de vértigo como si se trataran de empujar a un mundo desconocido y lleno de incertidumbres.

Nos conocíamos muy bien pero Casilda jugaba a ser una desconocida. Incluso me ignoraba con ese dolor que se cuela entre las costilla para residir en las entrañas del alma. Allí mismo, me hubiera empujado al vacío, sin vacilar un momento y a la vez se hubiera arrojado ella primero para no tener ese pensamiento

Ahora que pienso en ello, en esta tarde lluviosa, en el aire suena las notas de un adagio pintando el momento con una pegajosa languidez que se engancha a mi ánimo como la humedad de esas tierras.
Fuera, la niebla oculta las últimas casas y se prende a jirones a los árboles como fantasmas de un bosque siempre mustio
El adagio terminó hace rato y yo no puedo dejar de pensar en Casilda cincuenta años mas tarde. Y eb preguntarme cuando fue que  se rompió el fino hilo de complicidad, tan delgado pero tan intenso que siempre nos había unido.