domingo, diciembre 15, 2013

Yo la siento, siempre por la quieta orilla, cuando cae la tarde y se anida mi verso en las pautas de un cielo que traza partituras para que nunca muera el ondear de su cuerpo.


Las palabras fueron bebiendo
el rocío de tus manos,
cuando mendigabas
en palacios deshabitados.
Sentiste, en las sombras apretadas
de las tinieblas,
como los sonidos
cubrían tus dorados contornos.
Aferrada a la espuma
surgías en cada salto…

Ahora Isadora continúas danzando,
a pesar de perder de tu voz el acento.
Entre las viejas piedras
que el mar salpica
aún se escucha tu paso
deslizándose

con el garbo del viento.