jueves, diciembre 10, 2009

Pedazos rotos del alma III
















On the Heights Charles Curran









Algunas tardes Casilda y yo bajábamos al abrevadero que había en la entrada del pueblo para poder pilotar nuestros barquitos de hojalata, que con la ayuda de mama habíamos pintado cada una de colores diferentes. Papa nos había enseñado a hacer calderitas de vapor a base de una vela con la que calentábamos el aire que se canalizaba a través de un conducto. La presión que generaba provocaba que el barquito se moviera. Las lanchitas hacían chof chof mientras los demás niños miraban incrédulos como, con rapidez y la mía con el capitán “Haddock” gobernando, con mano de hierro, el rumbo. Tumbado heréticamente, se internaban en ese mar proceloso que era el abrevadero que salvo el caballo del alguacil nadie usaba. Su “Roberto Rastapopoulos” de cera que ella había hecho con esos hilos oscuros que simulaban sus largas patillas, pegados a la bolita que hacia de cabeza, me abordaba constantemente y mi triste Archibaldo, presidente de la Liga de Marineros Antialcohólicos, siempre caía al mar entre sus exclamaciones troglodita", "ectoplasma", "parásito", "Pirata de carnaval batracios… que yo me encargaba de gritar ante el asombro de los amigos que allí se concentraban
Recuerdo que entonces Casilda era feliz. No me preguntéis cómo lo sabía, pero lo sabía. Descifraba su mirada, sus medias sonrisas. Sus gestos más sencillos y sus más complicados muecas. Casilda en esos momentos era feliz… Verla llena de confianza le hacia brillar mas .Quizás la niñez sea eso: Confiar en lo que se gana en un día. Nada importa el anterior. Ahora, me ha costado tiempo, pero se, con rotundidad que la confianza, como el amor, no surge de adivinar todas las respuestas, sino de permanecer atento a todas las preguntas