“…Si tú me olvidas yo te olvidaré hasta el día que tú regreses…”*
Hay geografías de las
que uno no puede dejar de enamorarse y hay mujeres a las
que uno no puede dejar de desear. Por eso ayer al pensar
en Portugal, los recuerdos tenían un color sepia, y su tiempo era lento y
secuencial, como las olas de este septiembre
¿Recuerdas la Alfama, allá por Lisboa? Días de vagabundeo al mediodía
por esas calles tristes bajo las sábanas colgadas de las cuerdas que se
trababan entre los balcones llenos de macetas de colores y mujeres asomadas cuchicheando mientras los dos íbamos cogidos de la mano, inventando el aire, la luz, los colores los sabores y los
olores de los besos que en cada callejón, en cada escalera se nos quedaron
prendidos. Tan prendidos, que ni siquiera hoy han logrado marcharse
La Alfama… Tardes de siestas, no tan descansadas y libros
amarillos. De tranvías amarillos en los que subíamos hasta lo alto de la
colina de San Jorge a trepar por las
murallas del Castelo de São Jorge. Lisboa estaba preciosa. Después bajábamos
hasta el estuario para pasear por entre los
soportales de la Praça do Comércio, mientras el Tajo escondía los últimos
peldaños de sus escaleras y las gaviotas
nos sobrevolaban. Enseguida más besos mientras recorríamos las librerías del viejo Chiado
Me viene a la memoria, como un regalo, el café a Brasileira y tú haciendo
muecas muy seria al lado de la estatua
de Pesoa. Mientras ríes tu cabeza se mueve suavemente rozándome el rostro con tus
cabellos. Algunas fotografías guardo de esos días. ¡ Qué hermosa estabas. Tenías una cara con mucha sonrisa, a veces, mostrabas
todos tus dientes
Afuera las luces de la calle comenzaban a encenderse
proyectando su haz triangular sobre los adoquines. Ya empezaba a caer el ocaso
y las sombras se alargaban proyectadas en la pared. El cielo iba pasando de un
amarillo ocre a un color miel que suaviza la tarde ante la caída definitiva del
sol
La Alfama de noche ¿La recuerdas? Los dos bailando hasta última hora en los viejos almacenes de
ultramarinos reconvertidos en pubs nocturnos. Muy al fondo el mar, que sólo se percibía como un perfume remoto de Asia. Cesaria
Evora, Mayra Andrade… Música caboverdiana suave y los dos muy pegados y mirándonos en silencio y sonriéndonos. Al
fondo Cesaria Evora con su eterno cigarrillo
y su Sodade “…Si tú me olvidas yo
te olvidaré hasta el día que tú regreses.” Era la música que estaba entre tus dedos
y mi pecho, entre mis manos y tu culo.
Y ahora no podría explicar como pudimos subir la escalinata
del Hotel York House con los zapatos en
las manos y entrar en esa habitación amarilla mientras tu lengua con sabor a
vino escudriñaba dentro de mi boca y tus dos manos apresaban mi cabeza. ..El
caer de tu ropa sobre la alfombra… Después tus pezones pequeños pero tan
duros…Mi mano izquierda alborotando tu pelo…Tu sexo era quizás el lugar más
dulce del mundo. El recuerdo de mis pasos en tu piel…
El crepúsculo tiene esa luz, siempre a punto de fugarse. Por
eso es frágil, por eso es quebradizo.
“No te creas las cosas dichas con esa luz” te avisé mientras abriste desatinadamente los ojos, como aquel que
inicia una ceremonia de despedidas y allí creo que algo se rompió en la marcha
de los días. Allí, creo que acabó todo. Yo cerré los ojos y volví a
escuchar las campanas de las iglesias de la Alfama que se filtraban, como rayos
de luz, por entre las blancas sabanas de nuestra habitación amarilla.