jueves, abril 15, 2010

Gotas de lluvia

Miguel A. Beltran S. lluvia en londres










La habitación estaba a oscura, salvo la lámpara de pie que se encontraba al lado de la puerta y que tristemente proyectaba una monótona luz de color impreciso y en forma de columna. La lluvia zarandeaba iracundamente las diminutas aldabas que golpeaban los cuarterones de las ventanas de la habitación del hotel Claridge's

Y sin volverse, se dirigió a sentarse delante del escritorio, depositando las bolsas en el suelo y la gabardina sobre el sillón y encendió la lámpara para enfrentarse con más claridad a su trasformación, delante de ese espejo que ahora le devolvía, con una desanimada veracidad, en lo que se había convertido, en lo que se había reinventado. Ahora que ya no tenía esa presencia cercana en la que tener que confiar porque se había desfigurado esa tarde en la que descubrió que la vida es como gotas de lluvias, a la carrera, que zigzaguean, descienden, se elevan, entretejen sus caminos, fantasean y se desvanecen como las lagrimas que vuelven una y otra vez a precipitarse por nuestras vidas como ríos en las mejillas.
Esa apagada mañana mientras paseaba, bajo la lluvia mortecina por Regent Street y Great Marlborough Street, muy cerca de Picadilly Circus , le adelantó una pareja. Estaba segura, o al menos, lo estaba en esa mustia mañana, que fingían quererse. Sus miradas no se encontraron durante el tiempo que pasearon distraídamente delante de ella. No hubo roce fortuito ni consentido. Él vestía un traje que le venía grande y ella llevaba un gesto hosco en la cara. A punto estuvo de preguntarle si fingían. Sí se vigilaban en las noches de lluvia, llorando, a escondidas, sus desdichas. A punto estuvo de pararlos para sonsacarles quién de los dos seria el primero en desear morir, como mueren las gotas de lluvia, para ahorrarse un sufrimiento.
Le vino a la memoria la última conversación que sostuvo esa ya lejana tarde. Se estuvo viendo por un momento delante de la taza humeante de café en aquel restaurante donde se dijeron adiós.
- “Nos empeñamos en enamorarnos de las personas, sin percatarnos que lo que realmente nos conquista es la circunstancia y como las gotas de lluvia que corren por el cristal, a veces cruzan sus caminos aunque nos cueste aceptar que deben separarse porque es ley de vida.
Un día descubrimos que nuestra circunstancia ya no nos atrae, que ya no nos dice nada y entonces golpeamos los cristales de la ventana ,como gotas de lluvia, esperanzados en que alguien nos oiga y nos sostenga en esa carrera desesperada hacia la muerte en que se convierte la vida junto a otra persona a la que ya no queremos.”
-Debe ser eso -Comentó él sin apenas mirarla cuando se levantaba para marcharse.

Comenzó a desabrocharse los zapatos rojos que había comprado en Mulberry y después de quitarse las medias, con las manos intentó darse un masaje bajando su mano, que abarcaba toda la redondez de su pierna, desde la rodilla a la planta del pie, con un movimiento continuo, de arriba a bajo. Una y otra vez, de arriba a bajo… De arriba abajo… La otra mano se la llevo a la botonadura de su camisa azul y se fue desabrochando torpemente los primeros botones que dejaban asomar el comienzo de unos encajes blancos sobre unos pechos, que pugnaban con ahínco por salir.


Allí estaba absorta, mirándose sin verse porque estaba a muchas horas de ese triste espejo que la contemplaba.
De repente un rictus en su rostro le trajo de más allá del tiempo y se levantó rápidamente dirigiendo sus pasos hacia el sillón donde había depositado su bolso. Lo abrió y extrajo el teléfono móvil y con rapidez, volvió de nuevo al escritorio donde destapó la carcasa roja y buscando la mejor luz comenzó a moverse al tiempo que marcaba un número de forma compulsiva.


En el otro lado Leonard Cohen y su Dancing to the End of Love creciente comenzó a sonar entremezclado con los sonidos de Hey There Delilah. Apartó la vista de la pantalla del ordenador buscando con la mirada de dónde surgía esa musiquilla. Al encontrar el causante de haberle roto su concentración vio que era ella y deslizó suavemente la tapa del móvil hacia arriba Leonard calló repentinamente
- Yo no voy mirando por la calle a las personas y menos se me ocurriría preguntarle esas cosas
- y ¿por qué no?
- Pablo ¿conoces esos sitios? ¿Has estado alguna vez? Estoy viendo en Internet ese hotel y nunca he estado en algo parecido… Oye ¿estas allí?
- Si, si que estoy. Quería oírte. Hacia tiempo que no te oía.
- Pues coge el teléfono y llámame. No me hagas andar por sitios que no conozco y que no me gustan, como esas frases que ¿de dónde la sacas?
- ¿No te gusta lo que he escrito?
- No me gusta que me hagas decir esas cosas y menos que las uses para una separación. Esa tarde no dije eso.
- y ¿qué más da? ¿Qué más da Isabel? - Y le colgó inesperadamente. Al momento Leonard Cohen comenzó a sonar. Realmente se llevo toda la tarde de ese quince de Abril del dos mil diez cantando
-Debe ser eso. Debe ser eso- Repitió mientras apagaba el teléfono y se marchaba a la calle a recordar, esa ya lejana tarde de su última conversación.
De modo que resolvió de la manera más razonable, la única posible, sin que crujieran las cuadernas de su relación, la situación