Los frutos de las largas tardes de septiembre
Eugène Manet en la isla de Wight, 1875, de Berthe Morisot
Poder escoger la independencia que da las largas
tardes
en las que nada ocurre, en las que no hay prisa porque
no se va a parte alguna, para ver la imaginación retorciéndose muy lentamente
mientras alzas muros para acordonar la
verdad y los hábitos se cuelan como aguas subterráneas.
Eso es lo fascinante de juntar
palabras Escribir tiene algo de la caña
del trigo que en junio se desgrana sobre la tierra con cada racha de viento. Me
permite sentirme dueño de las cosas. Es un regalo de la vida, un misterio que
está a la vista Vale la pena arañarse
…
El cielo empezaba a teñirse
de tonos rosáceos y anaranjados dejando al sol esconderse por el
horizonte adoptando unos tonos ocres,
espesos y relucientes, que pintaban el aire de melancolía El aire olía a fines
de junio y a agujas de pino.
Bajo un cielo negro taladrado
por millones de estrellas, estaba tumbada en la esterilla jugueteando con un largo rizo, enroscándoselo
entre los dedos, mientras su cuerpo se llenaba de manchas de sombras y de luz que se filtraban por entre las ramas
de los árboles. Desde detrás de una copa de vino con aromas a besos robados yo la miraba sin atreverme a inventar un
final para una historia que, de tan bella, no debería tenerlo jamás. El zumbido
de toda clase de insectos, me llevaron de nuevo a esa tarea eterna de quererla, de enredarla en
mis sentimientos
Pronto supe que no teníamos
recuerdos en común. Nunca me necesitó del modo imperiosamente avasallador como
una persona puede necesitar a otra, Era como si alguien hubiese arañado un velo invisible y en el
pequeño desgarrón solamente ella,
pudiera asomarse. A este tipo de exigencia hay quien le pone, a veces, el nombre de amor. Es difícil poseer un
objeto reflejado en un espejo, una sombra. Nadie se aferra a una imagen
a lo sumo la disfruta.
Crear un tiempo a base de
unir pequeños instantes de felicidad es convertirse en el en el sueño de un
soñador. Lo pasado no se esfuma: Lo sucedido ha sucedido. Se queda enredado en
los jirones del alma, hace tachas en el recuerdo que cobra importancia cuando
me desangro lentamente, hasta morir, igual que una hemorragia de recuerdos que
se vaciara en el olvido. Pero la vida no admite retornos
Así que decidí sacrificar
algo y solté amarras. Y aquí estoy hoy, diez de octubre de dos mil trece a las siete de la tarde sentado en mi sillón (que ya quisiera yo fuera de Voltaire) imaginando con todo lujo de detalles
su cuerpo y las cosas que le haría, y las que ella haría con el mío,