jueves, octubre 10, 2013

Los frutos de las largas tardes de septiembre





















Eugène Manet en la isla de Wight, 1875, de Berthe Morisot




Poder escoger la independencia que da las largas tardes
en las que nada ocurre, en las que no hay prisa porque no se va a parte alguna, para ver la imaginación retorciéndose muy lentamente mientras alzas muros para acordonar la  verdad  y  los hábitos se cuelan como aguas subterráneas. Eso es lo fascinante  de juntar palabras  Escribir tiene algo de la caña del trigo que en junio se desgrana sobre la tierra con cada racha de viento. Me permite sentirme dueño de las cosas. Es un regalo de la vida, un misterio que está a la vista Vale la pena arañarse
El cielo empezaba  a teñirse  de tonos rosáceos y anaranjados dejando al sol esconderse por el horizonte adoptando  unos tonos ocres, espesos y relucientes, que pintaban el aire de melancolía El aire olía a fines de junio y a agujas de pino.
Bajo un cielo negro taladrado por millones de estrellas, estaba tumbada en la esterilla  jugueteando con un largo rizo, enroscándoselo entre los dedos, mientras su cuerpo se llenaba de manchas de sombras  y de luz que se filtraban por entre las ramas de los árboles. Desde detrás de una copa de vino con aromas a besos robados  yo la miraba sin atreverme a inventar un final para una historia que, de tan bella, no debería tenerlo jamás. El zumbido de toda clase de insectos, me llevaron de nuevo a  esa tarea eterna de quererla, de enredarla en mis sentimientos
Pronto supe que no teníamos recuerdos en común. Nunca me necesitó del modo imperiosamente avasallador como una persona puede necesitar a otra, Era como si alguien  hubiese arañado un velo invisible y en el pequeño desgarrón  solamente ella, pudiera asomarse. A este tipo de exigencia hay quien le pone, a veces,  el nombre de amor. Es difícil poseer un objeto reflejado en un espejo, una sombra. Nadie se aferra a  una imagen  a lo sumo la disfruta.
Crear un tiempo a base de unir pequeños instantes de felicidad es convertirse en el en el sueño de un soñador. Lo pasado no se esfuma: Lo sucedido ha sucedido. Se queda enredado en los jirones del alma, hace tachas en el recuerdo que cobra importancia cuando me desangro lentamente, hasta morir, igual que una hemorragia de recuerdos que se vaciara en el olvido. Pero la vida no admite retornos
Así que decidí sacrificar algo y solté amarras. Y aquí estoy hoy, diez de octubre de dos mil trece a las siete de la tarde sentado en mi sillón (que ya quisiera yo fuera de  Voltaire) imaginando con todo lujo de detalles su cuerpo y las cosas que le haría, y las que ella haría con el mío,